Un pequeño bar de la calle
Esmeralda. Se han sentado, con desgano, Elsa y Juan. Piden y el mozo se va.
Ella piensa como decirle que no lo quiere más. El aroma a café perfuma todo.
A Juan le dolerá
escucharla. Lo hará con tristeza. Los recuerdos de la infancia aparecen en su
mente, no quiere oír. Escucha gritos, niños que pelean, onomatopéyicas balas,
corre. El llanto viene a sus ojos. Acongojado le aprieta las manos, la
necesita, tratan de borrar el dolor.
Terminan el café, se
levantan sin hablar. Caminan lentamente hacia donde proseguirá la rutina.
En la reducida cocina, Juan
prepara el desayuno. El olor a café le recuerda la conversación en el bar. Se
sienta y lo toma, cree que algo ha terminado.
Elsa recostada piensa como
resolver la situación, triste y sin ánimo, finge dormir.
Espera el golpe de la
puerta. Calcula lo que tardará hasta la calle, se asoma a la ventana y lo ve
caminar cabizbajo hacia la parada del colectivo. Se sirve café, está frío, lo
deja sobre la mesa. Trata de ordenar, choca con los muebles.
Sale a hacer las compras.
Respira aire fresco. El cielo plomizo anuncia una tormenta.
Al regreso, toma todo el
dinero, que le alcanza para un pasaje a Rosario. Junta su ropa y sale del departamento
quizá por última vez. Huye de la rutina, cree que para siempre.
Juan regresa del trabajo y
adivina la ausencia de Elsa, la taza de café sobre la mesa y la falta del
dinero le dan la certeza de su partida. No se sorprende. Tampoco se alegra. Debe
pensar. Está solo. Se tira en la cama y mira el techo. No se puede concentrar,
ni resolver nada.
Entre dormido oye el avión que
todas las noches los hizo soñar con un viaje.
Con el sol sobre su piel,
la arena dorada y la sensación de libertad, es feliz. Es feliz ante aquel mar
azul con veleros que iluminan el horizonte. Recupera energías.
Pasa algún tiempo hasta
volver a ser él mismo. El trabajo, poco a poco, lo entusiasma. Comienza a
salir, a tomar café en el centro, a mirar a las chicas.
Al regresar a su casa
recuerda el perfume de Elsa, que ya se esfumó. El avión de la noche lo hace
soñar. Despierta seguro de continuar con su vida y quizá volver a enamorarse.
El sueño, repetido hasta el cansancio, lo ilusiona.
Es feliz, en realidad, el
día que compra su pasaje al Caribe.
Al momento de bajar del avión divisa la silueta de Elsa, que cumple con el deseo de hacer ese viaje, que tantas noches habían soñado.
Desde la ventanilla del
avión disfrutó del espectáculo maravilloso de Buenos Aires iluminada y sientió que cortaba con su pasado, pero al verla a ella Juan piensa que su vida se podría rearmar.
Elsa no lo ve hasta llegar
a Punta Cana.
Mientras saborea su
aromático café, y piensa en su vida, descubre la figura de Juan en una mesa
vecina.
¿Retomarán la rutina o cada
cual hará su camino?