“Confiesa que entibia el agua,
antes de realizar esa tarea”
Aún es una niña cuando se jura no casarse. Toma esa decisión ante el
mandato de su madre que dice que
debe obedecer siempre a los
varones. Única mujer entre dos hermanos, decide que ningún otro hombre la
manejará. Cuida a sus padres hasta sus últimos días. Los amigos desaparecen.
Vive en una casa vieja. Se pierden sus pasos en la casona… necesita
compañía. Alguien en quien pensar.
Una mañana encuentra un gato
herido trepado a un árbol. Con afecto lo rescata, lo cura, lo alimenta. Él se
transforma en su huésped. El roce del
animal en sus piernas es algo agradable y sensual: una compañía. Al tiempo,
otros felinos se albergan en la casa. Llega a tener muchos, las gatas se
reproducen constantemente, invaden su vida. Mantenerlos no es fácil, requiere
trabajo y dinero. El presupuesto crece, intenta diferentes formas para
alimentarlos.
Sólo dos de ellos comparten su
tiempo en la casa, los otros disfrutan del patio. Pero su número sigue
creciendo.
Por ese tiempo cambian los cables de la electricidad, los pasan bajo
tierra. Los operarios estarán allí por
largo tiempo.
Uno de ellos se enamora de la dueña de los gatos, de sus piernas bien
torneadas y de sus ojos negros. Al llegar la excavación frente al baldío
encuentran un envoltorio con olor nauseabundo. Se hacen mil preguntas.
La mujer explica a su pretendiente que ahoga las crías de sus gatas y
las entierra (cuida a sus padres hasta los últimos días, los amigos y los pretendientes desaparecen).
Confiesa que, previamente, entibia el agua para realizar esa silenciosa condena.