Somos veinte o veinticuatro. Todas encerradas en este maletín negro
y cansado.
En invierno nos usaban seguido. El fuego iluminaba nuestro
interior, a través del vidrio grueso y
ordinario.
Esa luz, ese calor del alcohol encendido, sobre la espalda del
paciente, producían el milagro.
Llegaron la penicilina y los antibióticos. Nosotras ya no servimos.
Terminamos nuestra vida en este cinturón ecológico.
Niños traviesos, que cirujean la zona, nos confunden con vasos.
Groseros, vulgares, inservibles.
Nos usarán como proyectiles contra todo lo que encuentren a su paso.

La foto no es del mismo color, pero me recordó al de mi abuela.
ResponderEliminarlas ventosas, había que tenerlas! yo no las tiré las usé de adornos en honor a su lugar sanador
ResponderEliminarUh, recordé que, siendo muy pequeña, un día vi cómo se las aplicaban a mi papá. ¡Vaya susto que me di! Me impresionó mucho.
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