Viaje al pasado
“Uno
vuelve siempre a los viejos sitios
donde amó la vida”
A. Tejada Gómez
Vuelvo a la
infancia .Simples cosas nos hacían felices. Ella (Catalina) mi tía –mamá se
alegraba cuando al partir un huevo encontraba doble yema. ¡Qué sencillo!¡Qué
hermoso!
Quién se detiene
en esas cosas y las disfruta. Al preparar ensalada de tomates, me ofrecía, cual
manjar, el corazón pulposo de los mejores, no se ven seguido en la actualidad
ese tipo de frutos. ¡Sabían a gloria..!
Otro momento que
nos ponía muy felices era cuando en verano comíamos en la galería, con la
puerta de calle abierta para que corriera fresco.
Hoy subiría a un
globo etéreo, aquí en Plaza Hernández. Les pediría a los blancos tripulantes
viajar hasta Quilmes, mi ciudad adoptiva, y bajar en la plaza San Martín.
Desde allí
recorrería la calle Mitre hasta Colón 339, apretaría un timbre y pediría me
llevaran a 1964, al 8 de febrero para espiar una fiesta: un casamiento. La casa
llena de luces y de gente festejando. Allí iría a mi casa-pesares donde comenzó
otra etapa de mi vida,completamente distinta.
¡Qué no decir de
las siestas en el piso, sólo sobre un cotín viejo! Antiguamente el colchonero
pasaba una vez al año y deshacía el colchón, cardaba la lana y de vez en cuando
se les cambiaba el forro (cotín), que, en los veranos insoportables poníamos
sobre las baldosas. Por las noches me quedaba hasta la madrugada en una
reposera (perezosa) mirando el cielo y disfrutando de:”La Cruz del Sur”, “Las Tres Marías”,
etc. Siempre soñé con la Torre Eiffel iluminada pero este
cielo me hizo igual de feliz y lo disfruté a pleno, “pequeñas cosas” de mi mundo.
Además de entretenerme con lo animales que había en la casa (gallinas, pájaros,
perro y gatos).En el gallinero con mi amiga-hermana jugábamos a la maestra, las
gallinas hacían de alumnas.Las Hermanas Rosarinas no fueron justas frente a mi enfermedad.
Mis dos partos
muy seguidos, once meses entre uno y
otro, y el descubrimiento del Síndrome de Down de mi primer hijo, Pablo,
trajeron una descompensación nerviosa diagnosticada como esquizofrenia, que me
llevó a numerosas internaciones en la Clínica Abrines.
La primera vez, 1967, me llevaron engañada diciéndome que íbamos a la
Casa Rosada a hablar con Onganía sobre
Monseñor Podestá que era considerado peligroso y al que yo admiraba.
Esta etapa de
internaciones fue dura. Trajo mi alejamiento del querido Colegio San José, las
hermanas rosarinas me despidieron ante tantas licencias y el mal rendimiento al
frente del aula luego de los traumáticos tratamientos.
Luego me incorporé
a la escuela pública, mi salud no me acompañó siempre y me jubilé en 1978.Este
fracaso profesional se revirtió con los años , cuando en forma particular pude
sacar a flote alumnos con dificultades en sus estudios y me dio el
reconocimiento de sus padres y profesores.
También me ayudó
la escritura que encaré en 1987, luego de un viaje Martín García. A partir de
conectarme con la Revista UNO
MISMO que publicó mi primer escrito:”Mi casa-vida”, conocí a Juan Carlos
Kreimer, director de la revista y a Santiago Kovadloff que era columnista de la
misma. Con Kovadloff tomé una clase que me ayudó a ver otra forma de escritura.
En mi libro:”Mi
casa de los pájaros” hay un breve relato :”Cartas” que narra un episodio vivido
en una de mis internaciones (1977). A través de contactos virtuales recibí el
artículo:”Julio Cortázar le debe cartas necesarias a Ana Svensson” y ese nombre
resonó en mi cabeza y en mi corazón Ana era la protagonista de mi relato.
Después de mucha
búsqueda comprobé que así era. Pude conectarme con su hija Alejandra y nos
dimos el gusto de encontrarnos y cerrar de ese modo un capítulo de mi vida.
En ese año 1977 yo
ejercía junto a mi amiga Sonia en una escuela de las afueras de Quilmes,
disfrutábamos mucho; ella daba C. Naturales y Lengua, yo Matemáticas y
Sociales. Lamentablemente el sistema y los directivos no acompañaban nuestra
tarea, en las vacaciones de invierno nuevamente entré en Abrines donde mi
compañera de cuarto fue Ana Svensson.
Después de
disfrutar de una infancia feliz, a pesar de no estar mi mamá, me tocaron cosas
muy difíciles como a casi todos les debe pasar. Cuando visitábamos a las amigas
de mi tía :Jacinta, Ventura, Braulia, Cándida gozábamos de la compañía de
verdaderos amigos y siempre teníamos reuniones donde se compartía vermouth y
picadas..La mayor Ventura estaba casada con el dueño de la sodería Gandolfo,
tenían dos hijos Bachi(nunca supe su nombre) y Matilde.
Bachi fue mi
primer amor, él me alzaba y decía que iba a esperar que yo creciera para
casarse conmigo. Terrible fue el día que me enteré que se casaba con la hermana
del guitarrista Sívori, gente muy conocida de Quilmes. Yo tendría cuatro o
cinco años y él no había cumplido su promesa. Estuve días triste por el hecho.
Ya grande mi
esposo tampoco cumplió la promesa de que “hasta que la muerte los separe” y se
fue con otra. A los doce años volvió y me pidió comenzar otra vez y esta vez sí
fue hasta la muerte, la suya, que me deja a mí tratando de rehacer la vida en el querido Quilmes, con las viejas amigas y
los viejos lugares de los que van quedando pocos. Espero encontrar otra vez una
casa cerca de una plaza para que se cumpla mi sino.
En mi infancia mi tía-mamá Catalina tenía una extraña forma de nombrar a los vecinos:"La señora de la política", "La señora que habla fuerte"...en lugar de recordar nombres o apellidos resaltaba las actitudes de las personas.
Una de sus amigas Juanita la modista, viuda y depresiva se metía en cama si un viento o una lluvia le rompían una planta; entonces íbamos a hacerle compañía y levantarle el ánimo.
Otra:"La hermana de Omar", no supe nunca su nombre, pero no olvido el postizo en su cabeza (creo que no se lo sacaba nunca), era una familia destacada en el barrio ya que eran amigos de Ricardo Balbín, que los visitaba y yo lo veía pasar.
Las cuatro que ya nombré eran las "Chicas de Romero", aunque ninguna se hervía al primer hervor.Jacinta estaba casada con José Lumelli (este escribía un diario donde contaba con quienes se encontraba y todo lo que pasaba en el Club Quilmes), Ventura vivía con Ricardo, su esposo sus hermanas y sus hijos.Nosotros los visitábamos seguido y recuerdo cuando Ricardo estaba al borde de la muerte estábamos todos en la casa en silencio, esperando el momento de su partida, lo que viví con mi esposo me lo trajo a la memoria y siento y me convenzo que la muerte no es algo terrible, hay que saber esperarla.
No me voy a mudar a Quilmes, seguiré disfrutando de mi casa de los pájaros, hasta que Dios disponga.