“No se puede perder el que no sabe dónde va…
Pero está lindo el barrio, el cielo es casi igual,con su
constelación de uso particular.”
Pero está lindo el barrio, el cielo es casi igual,con su
constelación de uso particular.”
A. Dolina
Amanece. El sol se levanta como una llamarada. El cielo es un incendio en este marzo, todavía caluroso.
Elsa cansada se arrastra hasta la ventana. Todavía tiene el sopor del sueño. Sus ojos gastados apenas divisan la maravillosa luz del crepúsculo, que ilumina la habitación.
Tropieza con una silla.
__ Alguien la cambió de lugar, piensa. El dolor en la pierna hace que se doble. La soledad, le duele.
El pueblo duerme. Salvo los gallos. Recuerda su infancia. A esa hora la despertaba el olor de las tostadas y el trajinar de su madre en la cocina.
Mate cocido; a veces té hervido en la leche. Leche gorda que se derramaba sobre la llama del Primus. Un olor dulce que era arrullo. Una caricia, que hoy extraña.
Va hacia la cocina. No encuentra el jarro, ni el azúcar.
¿Quién alteró su orden?
Tiene miedo. Miedo a perder su seguridad en ese orden. Orden necesario para sobrevivir.
No hay leche. Busca la pava. La pone sobre el fuego. Se resigna a tomar un té.
Tendrá que ir al almacén, recorrer esas pocas cuadras de tierra, con la ayuda de los vecinos, que la cruzan con afecto. Hace veinte años que llegó arrastrando su destino. Destino oscuro y doloroso.
Ya conoce cada rincón del barrio. No va más allá del río. Cerca tiene todo lo necesario.
Para llegar hasta el Banco, una vez por mes, la lleva Don Cosme en su Mercedito gasolero.
El hombre baja y la ayuda a recoger sus cosas. A cerrar la casa. A subir al coche. Conoce su rutina, sabe cuánto la necesita. También conoce todos los rincones de la casa. Elsa le pide ayuda para todo.
Ayer cobró la pensión. Hoy no encuentra nada, ni el dinero para hacer las compras.
Llamará a Don Cosme.