Ella amaba los baldíos. Se enamoraba de
ellos.
Éstos debían cumplir ciertas condiciones. Debían tener
árboles, muchos, debían ser altos. Los eucaliptos son sus preferidos.
Sueña con dar clases debajo de ellos, a su
sombra. Sueña con muchos de esos lugares. Quisiera transformarlos en plazas
agrestes, en escuelas socráticas. Dialogar con los jóvenes. Quizá como Tagore,
en su “Casa de la paz”, imitar su escuela su filosofía.
Cambió de ciudad. Allí también encontró sus
lugares ilusorios. Volvió a soñar con sus clases al aire libre. Sólo fue un
sueño.
Una mañana de diciembre la encontraron bajo
un eucalipto, seca su mirada, con un libro entre sus manos.
Su perro dormía junto a ella.