“Cómo se hace para sobrevivir
sin que se te apague el alma”
E. Galeano
Se llamaba Benigno Justo. Vivía en
un conventillo. En el barrio, los italianos, le decían”BENINO” y así le quedó.
No era desagradable. Tenía la voz aguardentosa y el
rostro enrojecido.
Bueno y leal. Visitaba los
piringundines de aire rancio, repleto de hembras aburridas.
Actuaba de ladero de Miranda, un
político del pueblo, a quién se le había atravesado un sujeto que le había
jugado una mala pasada. Eligió a Benino, su mano derecha, para concretar su
venganza. Le dio un arma y le indicó el
procedimiento. El ajuste debía hacerlo en el tren que iba hacía la Capital. Se calculó
todo.
-¿Qué voy a hacer?, Benino se
desveló. Dio vueltas en la cama.
En un rancho del río, Casimiro, el sentenciado,
tampoco podía dormir. Algo lo inquietaba. En sus sueños escuchaba un estampido,
y se despertaba como si tuviera una herida en el pecho. Asustado, se sentó en
la cama.
Me levantaré temprano, pensó Benino,
e iré a la estación. Al llegar el tren veré si me animo a subir.
Casimiro pensó en desistir de ese
viaje, sintió un presentimiento: “Mejor me quedo”.
“Sigo durmiendo y listo”.
Benino tomó coraje, salió a la
calle y caminó lentamente hacia el destino.
Casimiro cambió de idea y se levantó.
Se vistió y fue hacia el suyo.
Benino cumplirá con su jefe. Horas
más tarde, el traidor cayó ensangrentado al piso de un vagón de segunda clase.
Hubo una llamada…
Al llegar a la próxima estación, la
figura de Benino se cubrió de una espesa
niebla.
Despidió su alma al bajar del tren.