martes, 7 de abril de 2015

La casa

La mesa, hijo, está tendida 
en blancura quieta de nata, 
y en cuatro muros azulea, 
dando relumbres, la cerámica. 
Ésta es la sal, éste el aceite 
y al centro el Pan que casi habla. 
Oro más lindo que oro del Pan 
no está ni en fruta ni en retama, 
y da su olor de espiga y horno 
una dicha que nunca sacia. 
Lo partimos, hijito, juntos, 
con dedos duros y palma blanda, 
y tú lo miras asombrado 
de tierra negra que da flor blanca. 

Baja la mano de comer, 
que tu madre también la baja. 
Los trigos, hijo, son del aire, 
y son del sol y de la azada; 
pero este Pan «cara de Dios»(*) 
no llega a mesas de las casas. 
Y si otros niños no lo tienen, 
mejor, mi hijo, no lo tocaras, 
y no tomarlo mejor sería 
con mano y mano avergonzadas. 

Hijo, el Hambre, cara de mueca, 
en remolino gira las parvas, 
y se buscan y no se encuentran 
el Pan y el hambre corcovada. 
Para que lo halle, si ahora entra, 
el Pan dejemos hasta mañana; 
el fuego ardiendo marque la puerta, 
que el indio quechua nunca cerraba, 
¡y miremos comer al Hambre, 
para dormir con cuerpo y alma!


Lee todo en: La casa - Poemas de Gabriela Mistral http://www.poemas-del-alma.com/la-casa.htm#ixzz3WduczupU

1 comentario:

  1. realidades de una época y qe la mistral veía muy fuerte y lo contaba, recién ahora se la valora en este aspecto,hace años solo nos llegaban los poemas blancos de su repertorio

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